La amenaza de no invertir se vuelve una poderosa herramienta de las empresas para intervenir el diseño de políticas sectoriales. En 2018 y 2019 la salida de divisas por devolución de préstamos superó en 2000 millones de dólares anuales a la entrada de nuevas inversiones.
Marco Kofman
Hace siete años entraba en vigencia el contrato firmado entre YPF y Chevron para comenzar la extracción masiva de hidrocarburos no convencionales en Argentina. Este tipo de explotación, que absorbió hasta hoy 25.000 millones de dólares de inversiones y que explica más del 40 por ciento del gas y casi el 25 por ciento del petróleo extraídos en el país, fue dejando un conjunto de lecciones relevantes para analizar qué puede deparar Vaca Muerta en el futuro.
Se destaca aquí aquellos aspectos de la dimensión económica del proyecto, dejando para otro momento aquellas dimensiones asociadas a su impacto socioambiental.
El primer aprendizaje es que la producción de no convencionales es muy sensible a las variaciones de la inversión. Esto se desprende de las características productivas de los pozos no convencionales. Estas perforaciones alcanzan en pocos meses un pico productivo y luego los niveles de extracción comienzan a descender bruscamente.
Para mantener la producción de un área se debe sostener un nivel permanente de inversiones. En 2019 cayó la perforación de pozos gasíferos y en 2020, como consecuencia, cayó la cantidad de gas extraído.
Presión
La amenaza de no invertir se vuelve, en este contexto, una poderosa herramienta de las empresas para intervenir el diseño de políticas sectoriales.
La segunda lección surge del análisis de las prácticas de inversión, que vulneran el mercado cambiario. Los recursos para las inversiones son provistos por préstamos internacionales, en muchos casos intrafirma, tomados por las compañías. El capital de estos préstamos, antes de llegar a la empresa a cargo de la explotación, recorre un largo sendero por “cáscaras” corporativas afincadas en paraísos fiscales.
Tales son los casos del contrato entre YPF y Chevron (cuya firma incluyó compañías en Delaware y Bermudas) y las inversiones de Tecpetrol (con empresas en Panamá, Uruguay, España). En 2018 y 2019 la salida de divisas por devolución de préstamos superó en 2000 millones de dólares anuales a la entrada de nuevas inversiones.
El sector necesita invertir constantemente y las empresas necesitan dólares para atender los compromisos financieros derivados de esas inversiones. Como consecuencia, exigen la dolarización de los precios de sus productos o, en su defecto, de los estímulos otorgados por el Estado.
Aquí aparece una tercera lección: hay una incongruencia entre el desarrollo de la actividad y la desdolarización de la economía.
Trabajadores
La vertiginosa dinámica de la inversión y la producción se traslada al mercado laboral, siendo esta la cuarta advertencia para observar. Desde 2016 el empleo en la actividad sufrió cambios bruscos. Perdió primero, hasta 2018, cerca del 15 por ciento de los trabajadores, luego recuperó una parte importante de ellos. Esta situación es fuente de conflictos laborales, de inestabilidad económica y de problemas habitacionales en las regiones donde ocurren estas explotaciones.
Por último, como las empresas invierten sólo cuando se aseguran la captación de estímulos fiscales, terminan desarrollando un comportamiento rentístico de corto plazo. La búsqueda de renta petrolera se traduce, en este contexto, en apropiación de una renta fiscal que se termina fugando por el mercado de cambios cuando las empresas adquieren los dólares para atender sus obligaciones financieras.
Los recursos no convencionales han demostrado responder muy rápido a los estímulos fiscales. Estas inversiones rindieron frutos velozmente y gracias a ello, efectivamente, Argentina pudo revertir en poco tiempo la caída de los niveles de extracción de hidrocarburos. Sin embargo, al volcar la mirada al mediano plazo, el éxito es menos evidente, los estímulos comienzan a perder eficacia y las advertencias descriptas parecen tomar protagonismo.
Publicada en Página/12