Nos hemos preguntado algunas veces cuál es el horizonte económico del programa de este gobierno. Es decir, qué economía se imagina este gobierno al final de su mandato, cuáles serán los sectores líderes, cómo se abastecerá el consumo (si con industria nacional o con producción importada), qué tipo de empresas y emprendimientos serán los beneficiados, qué proporción de la población será trabajadora estable asalariada y qué proporción cuentapropista, “uberista” o tercerizada. No aparece, concretamente, cuál es el sendero de crecimiento, es decir, nunca dicen además de “a dónde vamos” (cuando usa como ejemplos nombres de países), “por dónde vamos” a ir para llegar hasta allá.
Prácticamente ninguna de estas preguntas está respondida en los discursos presidenciales, enfocados siempre en la destrucción del aparato estatal, en línea con los postulados anarcocapitalistas y “austríacos” del presidente: se habla de déficit, se habla de achicar gastos y destruir las prestaciones y servicios del Estado pero difícilmente se puedan oír de su boca las palabra “producción”, “empleo”, “valor agregado” o “industria”. Mucho menos escuchamos “salud”, “educación” y jamás “justicia social” (salvo que sea para denostarla).
Con los números en la mano del primer año de gobierno, sin embargo, es posible hacer algunas deducciones: veamos qué hace el gobierno, no qué dice que hace.
Los sectores demandantes de mano de obra, los más importantes, cayeron muy fuertemente al principio del gobierno, tuvieron una mini recuperación a mediados del primer año, pero eso no se sostuvo y el 2024 termina con la Industria, el Comercio y la Construcción sin horizonte de recuperación. Los indicadores de uso de capacidad instalada, consumo y número de obras no repuntan. Los empleos generados en estos sectores lisa y llanamente caen y son (en solo algunos casos) reemplazados por trabajos más precarios (esto se puede observar en el aumento de los monotributistas y autónomos).
Los salarios no logran recuperarse y la calidad de vida de millones de jubilados se deterioró: el consumo interno sigue también siguió el patrón de destrucción inicial, leve recuperación y una meseta al final.
En definitiva, la Argentina tras un año de gobierno libertario es más dependiente de algunas exportaciones, tiene un mercado interno más chico, tiene más desocupación con salarios más bajos. Es también un poco más desigual y con más dificultades en la vida cotidiana para millones que no acceden a prestaciones estatales que logran alivianar la carga de esta misma desigualdad que se fue generando y que es la que genera siempre el mercado sin una regulación adecuada.
Todas estas políticas no son errores del gobierno ni son resultados indeseables que se han presentado por azar: son decisiones tomadas con plena conciencia de sus efectos. Porque hay algo que se sí puede rastrear en los discursos presidenciales: su horizonte es la Argentina del siglo XIX, es decir un país con un pequeño grupo de élite que vive como en el primer mundo, que en aquel entonces era la llamada oligarquía terrateniente y hoy es un conjunto bastante más heterogéneo, y por otro lado una amplia mayoría que tiene cada vez menos. La gente que vive cada vez más aferrada a empleos precarios, apuestas deportivas online y criptomonedas y que se ve reflejada en un presidente capaz de querer estafarnos a todos para obtener un pequeño rédito personal.